Soy una joven de Rosario, una ciudad que siempre me ha llenado de orgullo, pero hoy me siento agotada, frustrada y desesperanzada. Estoy escribiendo esta carta porque, como muchos, ya no puedo más con la situación que vivimos día a día. Los aumentos constantes en los precios de los productos básicos, de los servicios y hasta de los traslados me están ahogando. ¿Hasta cuándo?
Estoy trabajando, me esfuerzo todos los días, pero el dinero no me alcanza. Al final del mes, las cuentas no cierran, y aunque trato de hacer malabares con el sueldo, los precios siguen subiendo de manera descontrolada. La sensación de estar atrapada es cada vez más fuerte. La gente que está en el gobierno parece no entender la realidad de quienes luchamos para llegar a fin de mes. No es justo que, mientras ellos se manejan con sueldos que superan cualquier expectativa, nosotros tengamos que preocuparnos por cómo pagar la luz, el gas, o el supermercado.
Me encuentro constantemente tomando decisiones difíciles: si compro comida, ¿cómo pago la factura de la luz? Si pago la tarjeta, ¿cómo pago el alquiler? Todo parece ser un ciclo sin fin. Esto no solo afecta mi economía, sino también mi salud mental y emocional. Vivir con esta incertidumbre constante es agotador. Y no soy la única. Mi historia es la de miles de jóvenes, adultos, padres, abuelos… de todos los que estamos atravesando la misma situación.
Estamos cansados de que nos hablen de medidas temporales, de que nos digan que “estamos mejorando” cuando la realidad es otra. Lo único que está mejorando es la brecha entre los que tienen y los que no tienen. Los que tienen la suerte de estar en un lugar privilegiado no comprenden lo que significa tener que pensar en cada peso que gastamos, ni lo que es vivir con miedo a no llegar a fin de mes.
Exigimos una respuesta urgente y un cambio real. Queremos una economía que no nos empuje al límite, una ciudad que brinde oportunidades, que no nos haga sentir que siempre estamos un paso atrás. Necesitamos políticas que nos ayuden a sobrevivir, no solo promesas vacías.
Es tiempo de que nos escuchen, de que realmente comprendan lo que estamos viviendo. No somos números, somos personas. Y ya no podemos más.

