Pasaron meses desde el juicio. Puerto Lirio seguía dividido, pero algo había cambiado para siempre.
Clara caminaba por el parque con Lucía, ya recuperada, aunque con cicatrices que nunca se borrarían.
—Mamá —dijo Lucía un día, mirando al horizonte—, gracias por no rendirte.
Clara sonrió, con los ojos húmedos.
—Nunca voy a rendirme, hija. Por ti, por todas las que no pueden hablar.
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En la escuela, las lecciones habían cambiado. Ahora se hablaba de respeto, consentimiento, y justicia.
Y aunque el camino seguía siendo difícil, el silencio ya no era un lugar seguro para los culpables.
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Clara fundó un grupo de apoyo para víctimas y familias, un espacio para sanar y alzar la voz.
Porque, aunque la batalla no terminó, la guerra contra la injusticia había empezado.
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Mientras el sol se ocultaba en el pueblo, Clara tomó la mano de Lucía y susurró:
—Esto es solo el comienzo.
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FIN