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“Los hechos y/o personajes de la siguiente historia son ficticios,
cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.”
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Clara salió del parque con el rostro endurecido. La conversación con Diana le había dejado un nudo en el pecho, pero también una decisión clara: **ya no iba a pedir permiso para buscar justicia**.
Durante los días siguientes, empezó a moverse con una calma extraña. Como si el miedo ya no pudiera alcanzarla. Hacía lo que tenía que hacer, sin pensar demasiado: hablar, incomodar, insistir.
Primero fue con la policía.
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—Oficial Herrera, necesito hablar con usted. Es urgente.
El mismo agente que la había atendido días atrás intentó cerrarle el paso en la comisaría.
—Doña Clara, ya le dijimos que el caso está siendo observado, pero sin una denuncia formal...
—Aquí está la denuncia —dijo, sacando un documento de su bolso—. La presento yo. Como madre. Como ciudadana.
El policía la miró con fastidio. Tomó el papel y lo leyó por encima. Frunció el ceño.
—Esto son solo sospechas. No tiene pruebas materiales. Solo dichos de una menor.
—Entonces investíguelos. Llame a los chicos. Pida sus teléfonos. Pregunte por el video. Hay uno. Todos lo saben.
El oficial se inclinó hacia ella.
—Le voy a decir esto con respeto, profesora. Los chicos que usted menciona son hijos de gente muy influyente. Usted no puede acusar sin pruebas. Puede meterse en problemas.
Clara lo miró sin pestañear.
—No se preocupe. Los problemas ya me encontraron. Ahora yo voy tras ellos.
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Esa misma tarde, fue a casa de los Ortega.
Iván era el más inestable. Clara lo sabía. Lo había tenido como alumno. Un chico débil, que se quebraba con facilidad. Si alguien iba a hablar, sería él.
Golpeó la puerta. Esperó.
Fue la madre quien atendió. Le cerró la sonrisa apenas la vio.
—Clara… no creo que sea un buen momento.
—Solo quiero hablar con Iván. No voy a gritar. No vengo a acusar. Solo a escuchar.
—Iván no está disponible. Y sinceramente, creo que deberías dejar esto. Por el bien de todos.
—¿De todos? ¿O de ustedes?
La mujer no respondió.
—Mi hija está en coma. Fue violada. Y tu hijo estuvo allí. ¿No te importa saber la verdad?
La otra madre bajó la mirada.
—Te entiendo… de verdad que sí. Pero no tienes idea de las cosas que puedes desatar. A veces es mejor dejar el pasado donde está.
—Esto no es el pasado —dijo Clara, seca—. Esto es ahora. Es cada noche que Lucía no despierta. Es cada vez que me tengo que mirar al espejo sabiendo que todos lo saben… y callan.
Se fue antes de que la puerta se cerrara en su cara.
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Intentó con los Gutiérrez. Nada.
Con los Suárez. Silencio.
En el colegio, algunos profesores empezaron a evitarla. Incluso el director le pidió "un tiempo fuera".
—Estás emocionalmente comprometida, Clara. No puedes seguir dando clases mientras vives este proceso.
—¿Proceso? ¿Así lo llaman ahora?
—No me obligues a tomar medidas más serias.
La estaban empujando al borde. Querían que se cansara. Que se quebrara.
Pero Clara estaba hecha de otra madera.
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Una noche, al llegar al hospital, encontró un sobre debajo de la puerta de la habitación.
Era un mensaje anónimo.
**"Lo que buscas está en el grupo de Lucas. Él guarda todo. Pero no uses tu teléfono. Te están vigilando."**
No había firma.
No había forma de saber si era real o una trampa.
Pero Clara sintió que era cierto.
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Esa noche no durmió.
Escribió nombres en un cuaderno. Hizo flechas, conexiones. Se preguntó quién más sabía. Quién más había visto.
Y entendió algo con dolor: no se trataba solo de esos cinco chicos.
Había padres que habían borrado cosas. Profesores que sabían y no dijeron. Policías que miraron para otro lado. Médicos que evitaron decir la palabra exacta.
Todo un pueblo armado para proteger a los suyos… mientras **sepultaban a los otros**.
Era un muro de silencio. Hecho de miedo, poder y conveniencia.
Y ella iba a atravesarlo.
Aunque se le fuera la vida en el intento.