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“Los hechos y/o personajes de la siguiente historia son ficticios,
cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.”
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“Los hechos y/o personajes de la siguiente historia son ficticios,
cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.”
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El mar tenía ese tono gris que aparece solo cuando el cielo y el agua se ponen de acuerdo para ocultar todo. Era temprano, antes de que el pueblo despertara del todo, cuando Don Esteban, el pescador más viejo de Puerto Lirio, vio algo que no debería haber estado allí.
Primero pensó que era un muñeco, un maniquí traído por la marea. Pero cuando se acercó, vio el cabello largo, enredado con arena y algas, y luego el brazo, flaco, humano. Su corazón le dio un golpe seco al pecho.
—¡Dios mío! —murmuró, mientras se arrodillaba junto al cuerpo.
Era una chica. Joven. Semi desnuda. Respiraba, pero apenas. Tenía sangre seca en la comisura de los labios y las piernas cubiertas de moretones. Sus ojos estaban cerrados, el rostro hundido en la arena. Don Esteban sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó al número de emergencias.
En menos de veinte minutos, la ambulancia llegó. Él se quedó en la orilla, mirando cómo los paramédicos la subían a la camilla con cuidado. Uno de ellos le preguntó si la conocía.
—No estoy seguro... —dijo él— pero creo que es Lucía, la hija de Clara.
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Clara preparaba café cuando el teléfono sonó. Al otro lado de la línea, la voz le pareció lejana, amortiguada por un zumbido que le tapó los oídos en cuanto escuchó las palabras "hospital", "inconsciente" y "su hija".
No hizo preguntas. Tomó el bolso y las llaves con una rapidez que no sintió. Al llegar, un médico de guardia la llevó a un pasillo y le explicó lo básico: su hija había sido encontrada sola en la playa, sin signos de ahogamiento, pero con lesiones en el cuerpo que sugerían violencia física.
—¿Qué tipo de lesiones? —preguntó Clara, con la voz firme, aunque por dentro ya se desmoronaba.
El médico bajó la mirada.
—Hematomas en los muslos, rasguños en la espalda, señales de posible abuso sexual. Estamos esperando los resultados de toxicología.
Clara sintió que la sala giraba a su alrededor. Se sostuvo de la pared y, tras unos segundos, preguntó:
—¿Dónde está la policía?
—Ya fueron notificados, pero... —hizo una pausa— no hay testigos. No hay evidencia directa. Y ella aún no ha despertado.
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Horas después, Clara entró a la habitación. Lucía estaba conectada a suero, con el rostro pálido y los labios partidos. Tenía 17 años, pero en ese momento parecía de 12. Clara le tomó la mano con cuidado, intentando no llorar, pero las lágrimas se le escapaban solas.
"¿Qué te hicieron, mi amor?", pensó, y por primera vez en años sintió miedo de verdad. No de la muerte, sino del silencio.
Porque eso era lo más extraño de todo: nadie decía nada.
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Por la tarde, Clara fue a la comisaría. Quería hablar con alguien, cualquier agente que le dijera qué sabían. El oficial que la atendió fue amable, pero evasivo.
—Doña Clara, comprenda que no podemos hacer conjeturas hasta tener los resultados médicos y de toxicología. Por ahora, parece que su hija estaba bajo los efectos del alcohol y… bueno, cayó en la playa. Pudo haber sido un accidente.
Clara lo miró como si acabara de escupirle en la cara.
—¿Usted ha visto su cuerpo? ¿Ha visto los moretones? ¿Las marcas en sus piernas? ¿Eso le parece un accidente?
—Hay muchos jóvenes que pierden el control en fiestas. No hay denuncias previas, ni testigos. Ninguno de los chicos en la zona vio nada fuera de lo común.
—¿Qué chicos?
El policía dudó, pero respondió:
—Un grupo que celebraba una fiesta en la casa de campo, cerca del acantilado. Todos dijeron que Lucía se fue temprano.
Clara sintió una presión en el pecho. Sabía quiénes eran esos chicos. Algunos fueron sus alumnos. Amistades de infancia de su hija. Hijos de familias "respetables", como le gustaba decir al alcalde.
—¿Y ya hablaron con ellos?
—Sí, y ninguno mencionó nada sospechoso.
—Claro —dijo Clara, con los dientes apretados—. Porque si algo pasó, todos van a mentir para protegerse.
El oficial suspiró.
—Mire, se lo digo como padre: quizás su hija solo tomó de más, y todo esto se aclarará pronto. No querrá hacer escándalo antes de saber la verdad.
Ese fue el momento exacto en que Clara supo que estaba sola.
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Esa noche no durmió. Se sentó frente al escritorio con una libreta y empezó a escribir nombres.
* Diego
* Martín
* Iván
* Samuel
* Lucas
Cinco nombres. Cinco familias poderosas del pueblo. Cinco amigos de Lucía desde la primaria. Cinco chicos que, según la policía, “no vieron nada”.
En la esquina del cuaderno, Clara escribió una palabra con rabia:
Mentira.