Me llamo Thamara. Tengo 32 años, trabajo más de 9 horas al día, pago impuestos, alquilo, y aún así no llego a fin de mes. Estoy cansada. Estoy enojada. Estoy harta.
Trabajo desde que tengo 18. Siempre traté de hacer las cosas "bien": estudiar, capacitarme, esforzarme, evitar deudas, buscar soluciones. Pero la verdad es que ya no se puede más. No hay bolsillo que aguante. Cada vez que voy al supermercado, el changuito está más vacío y la cuenta más alta. Cada vez que cobro el sueldo, ya lo debo antes de tenerlo en la mano. La plata no vale nada.
No quiero vivir pidiendo favores, ni rebuscándomela para sobrevivir. Quiero vivir con dignidad. Poder darme un gusto sin culpa. Poder ahorrar. Poder proyectar. Pero en este país, soñar se volvió un lujo.
¿Dónde quedó la promesa de un futuro mejor? ¿Dónde están los que juraron cuidar al pueblo? Parece que a nadie le importa lo que pasa del otro lado del mostrador. Mientras ellos discuten, nosotros nos fundimos. Nos están acostumbrando a vivir mal, como si fuera normal. Y no, no es normal.
Estoy enojada, sí. Porque merezco más. Porque trabajamos todos los días y nos tratan como si no valiéramos nada. Porque ver a mi familia angustiada por no poder pagar el alquiler o elegir entre remedios y comida no es vida.
No sé si esto lo va a leer alguien con poder real de cambiar algo. Pero al menos que sepan que no somos números. Somos personas, y estamos agotadas.
Con bronca, tristeza y esperanza (aunque cada vez cueste más mantenerla),
Thamara
