Es curioso cómo funciona la coherencia. Muchos votaron —y siguen defendiendo— a candidatos que gritan con orgullo “¡Viva el libre mercado!”, como si esa frase mágicamente significara prosperidad para todos. Pero luego, cuando aterriza en el barrio un multirubro extranjero, parte de un grupo económico enorme, que arrasa con los comercios locales… ahí sí empiezan los lamentos.
Bueno, ¿saben qué? Eso es el libre mercado.
En el libre mercado, no hay reglas que protejan al pequeño emprendedor, ni al almacenero de la esquina, ni al tallerista, ni a la PyME nacional. En el libre mercado, gana quien tenga más plata, más escala y más poder. El pez grande se come al chico, y el Estado, bajo esa lógica, se corre a un costado “para no intervenir”.
Entonces: si elegís libre mercado, también estás eligiendo que Carrefour compita con tu almacén, que Amazon compita con tu librería, que una cadena de hamburguesas compita con tu bar. No podés querer una cosa sin aceptar la otra.
El único que puede —o podría— equilibrar la balanza es el Estado. Con políticas públicas, con regulación, con impuestos progresivos, con apoyo a los emprendimientos locales, con reglas que digan “hasta acá sí, más allá no”.
Así que, la próxima vez que veas cerrar un comercio familiar por culpa de un gigante extranjero, no mires para otro lado. Mirá tu voto, mirá el modelo económico que elegiste, y asumí las consecuencias.
Porque el mercado no te va a proteger. El mercado no tiene corazón. El mercado tiene dueños.
El Estado, en cambio, debería tener el deber de cuidarte. Pero claro, solo si elegís uno que quiera hacerlo.
Atentamente,
Una persona que no se olvida de pensar después de votar.