La administración actual enfrenta una creciente presión social mientras la oposición busca capitalizar el descontento. ¿Hacia dónde se dirige la política argentina?
A poco más de un año del cambio de gobierno, Argentina atraviesa un momento político de alta tensión. Las decisiones económicas del presidente Javier Milei, centradas en un fuerte ajuste fiscal, liberalización del mercado y reducción del gasto público, han provocado reacciones encontradas en la sociedad y en el ámbito político.
El oficialismo sostiene que las medidas son necesarias para estabilizar una economía golpeada por décadas de inflación crónica, déficit fiscal y desconfianza en los mercados. Desde la Casa Rosada, destacan indicadores positivos, como la baja progresiva de la inflación mensual, el superávit comercial y el regreso del interés inversor. Sin embargo, los costos sociales son cada vez más visibles.
Movilizaciones sindicales, protestas estudiantiles y reclamos de sectores vulnerables se multiplican en todo el país. La eliminación de subsidios, la pérdida de poder adquisitivo y los despidos en la administración pública han generado un clima de incertidumbre. Las organizaciones sociales denuncian un aumento en los niveles de pobreza y exclusión.
En el Congreso, el oficialismo enfrenta dificultades para aprobar algunas de sus reformas estructurales. Aunque ha logrado alianzas puntuales con sectores del radicalismo y de partidos provinciales, la oposición peronista, ahora reagrupada bajo una estrategia más cohesionada, busca frenar el avance de leyes consideradas "regresivas".
Cristina Fernández de Kirchner, aunque retirada formalmente de la política activa, continúa siendo una figura de referencia para el peronismo más duro, mientras emergen nuevos liderazgos como los de Axel Kicillof y Juan Grabois, que intentan representar distintas corrientes internas.
En este escenario, la gobernabilidad se vuelve un tema clave. Analistas políticos advierten que el éxito o fracaso del proyecto libertario dependerá no solo de los resultados económicos, sino también de la capacidad del gobierno para negociar y contener la tensión social sin renunciar a su programa.
Con el año 2025 acercándose a su fin, Argentina se encuentra en una encrucijada: entre la promesa de una transformación profunda y el riesgo de una nueva crisis de legitimidad.